jueves, 20 de mayo de 2010

Cita en el Lucense

Si alguien viene de fuera y quiere saber qué se puede hacer en Valladolid en sólo un vistazo, basta con que se acerque al Lucense. El Lucense era un restaurante clásico en la ciudad, que ocupaba una esquina privilegiada del Paseo Zorrilla, justo enfrente de la Plaza de Toros. Hotel también, en las habitaciones de los pisos de arriba se alojaban los toreros que venían a las ferias, y en sus mesas se citaba la afición taurina de la ciudad. Tenía una barra mínima, básicamente destinada al servicio, y para acceder al comedor había que cruzar unas cortinas pesadas y tupidas. Yo comí un par de veces en el Lucense, atendido por camareros incrustados en el paisaje del establecimiento, camareros que sólo repartían la carta en casos de extrema necesidad, porque consideraban parte de su trabajo averiguar qué había que poner en la mesa de cada cliente para que se fuera satisfecho.

Un día cerró y entonces comenzaron las especulaciones sobre el uso de esa golosa esquina, para la que alguien propuso un edificio de ocho alturas, posibilidad que por entonces fue rechazada. Y ahí se quedó el Lucense, un bello esqueleto cada vez más maltrecho, apuntalado desde hace tiempo por unas cuantas vigas. Tampoco diría yo que está abandonado, porque se ha convertido en la agenda más precisa de los conciertos, conferencias, exposiciones y demás inventos que se programan cada semana en Valladolid. El Lucense, con traje de carteles, sigue siendo útil.


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