Cuando se cumplen 80 años de la muerte de un autor, la Biblioteca Nacional considera que sus obras son ya de dominio público y pueden ser reproducidas sin problemas. 80 años parece un periodo suficiente, en el que fácilmente ya no sobrevivirán ni los hijos del escritor en cuestión; de hecho, en la mayoría de los países ese límite son 50 o a lo sumo 70 años. Entre los liberados este 2024 hay 137 autores españoles fallecidos en 1943, de los que constan más de mil obras en los archivos de la biblioteca. De uno de los seis que nacieron en Castilla y León no está muy clara la fecha de su muerte, aunque pudo ser en torno a febrero, según los cálculos de un compañero. Todo lo que pasó desde que salió en marzo de 1942 de su pueblo, Sepúlveda, para incorporarse a la División Azul, hasta unas semanas antes de su muerte, se recoge en Diario de Guillermo en Rusia, 1942. En la sobrecubierta se indica que los cuadernos originales estaban forrados de hule, que los padres del militar encuadernaron en piel roja. En 2013 se publicó por primera vez la edición que recogía su diario, cuya existencia ahora he conocido gracias al esfuerzo de la BN por recuperar la memoria de todos.
Guillermo Hernanz Blanco creía profundamente en Dios y también
en la defensa de los valores de su país. Pero basta con avanzar unas pocas
páginas para que se tambalee cualquier consigna y tópico del ardor guerrero. Su
viaje es un continuo descenso a la decepción, al aguante, al dolor. Casi desde
el comienzo, no comprende que las tropas estén compuestas de desesperados y
casi obligados, cuando él se entrega con vehemencia a un ideal. La comunicación
con los alemanes deja mucho que desear. En cada emplazamiento la necesidad es
mayor y la comida más escasa, y comienza a tener problemas de salud y fuertes dolores.
Monotonía y soledad. Berza, sopa, pan duro con miel. “Daba pena ver cómo
montones de personas escuálidas llegaban hasta el tren y cogían miguitas
insignificantes de pan, rebañaban las latas y miraban la comida de la tropa con
ojos de verdadera hambre. Ves chavales de diez años que hablan francés y alemán,
listos como ellos solos. Esta gente no es tan mala como nos han pintado, sino
unos verdaderos desgraciados, condenados por toda su vida, primero por los
Zares y después el comunismo…”.
A medida que pasa el tiempo aumenta la desesperación. Las
entradas en el diario son periódicas, pero cada vez más automáticas. Huye de
ponerse “morriñoso”, como escribe él. A veces se le escapa la indignación, “estoy
asqueado de Rusia y, por qué no decirlo, de la D. A”. Sigue cumpliendo
escrupulosamente, y desecha cualquier posibilidad de vuelta no merecida, le
obsesiona no dejar a sus compañeros. Nunca olvida que es domingo, ni a la
Virgen de la Peña, ni a su novia, cuyas cartas, ese hilo con su lejana vida
anterior, llegan a obsesionarle. Pero en las líneas que envía a casa elude su
horror diario, y hasta presume de estar ganando peso.
Entre cañonazos -llega a calcular lo que tardan en llegar,
18,6 segundos, y “ni esos 0,6 segundos son de despreciar en momentos como ese”-,
balas y penurias, se pasan lentamente los meses, y llega el frío. Ahí nos
abandona el relato de Guillermo, un 27 de noviembre en el que, tras una
operación, regresa al frente: “nos vamos decididamente mañana”. Se completa el
libro con unas fotografías de su vida, de militar y de paisano, con su familia,
en una excursión por San Rafael. En la última página se indica que el libro se
imprimió un 6 de junio de 2013, como también fue un 6 de junio el desembarco de
las fuerzas aliadas en Normandía.
Hay que mentir mucho para escribir un diario de batalla y
que no sea profundamente antibelicista, aunque no sea tu objetivo. Y Guillermo
calla cosas, pero no es capaz de mentir. Esto es la guerra, en crudo. Un
desvarío absoluto. Seguir por seguir. No entender nada. Eso ocurría hace
ochenta inviernos, y ocurre también este, en varios puntos desdichados de la
tierra.
Con el ritmo de publicación de hoy, dentro de ochenta años
entrarán en la rueda del dominio público muchos más que 137 autores españoles.
Será casi imposible bucear en la lista, y puede que la inteligencia artificial
se encargue, a su metálico modo, de hacer la criba, y situarnos en nuestro
cuadrante exacto. Apenas polvo en la Historia. De hecho, Guillermo no se
planteó nunca la posteridad de unos escritos tan puros que buscan una única
lectura, la suya propia.
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