Cuando presumen por enésima vez nuestros dirigentes de los datos del informe Pisa pienso en mis abuelos. Recién terminada la Guerra Civil y con cuatro hijos, la paga de un guardia civil no daba para mucho. Mi padre contaba que muchas veces le sonaban las tripas en la cama, y soñaba con levantarse y poder hartarse de pan. Sin embargo, no sé cómo lograron pagar clases particulares de matemáticas con un buen profesor, el mejor que había entonces en Segovia, para que uno de sus hijos lograra su objetivo de estudiar para perito. Tampoco faltó nunca en esa casa fría el periódico, porque era la ventana más segura para formar parte de un mundo nuevo que se construía. La formación siempre fue más importante que el estómago. Y su caso no fue especial, sino el corriente en Castilla. Miles de familias pensaban lo mismo: con una mano delante y otra detrás, la única salida era estudiar.
Ahora vivimos más, así que sin duda vivimos mejor, al menos
biológicamente. Hay una red de protección que antes no existía, pero todavía
está grabado en las mentes ese gen de supervivencia que se llama buscarse la
vida. Quizás ese gen está más presente en tierras no siempre hospitalarias,
como es la nuestra, tierra de emigración. Estudiar para irse. Es difícil saber
por qué nuestros chicos estudian más que los otros, en todo caso se trata de un
trabajo de magnitud, de toda la tribu. Puede que también, un poquito, de
Mañueco, pero también de cada profesor y alumno, de cada familia, y hasta de cada
bedel. La actuación de cualquiera puede ser determinante para encarrilar con
cariño a un estudiante.
Quizás el mayor mérito de los políticos sería tomar las
mínimas decisiones posibles, como el buen cirujano es el que opera solo cuando
es estrictamente necesario. Y puede que ahora se esté tomando una de esas
decisiones que conformarán el futuro de muchos niños que hoy todavía no han
dejado el chupete. Desde hace un par de años se está incorporando la gratuidad a
la educación para menores de 3 años, y el próximo curso entrarán ya con menos
de un año. Hay un dato que no es casual: esta incorporación coincide justo con
el descenso de matrícula de niños de más de tres años al sistema, por la caída
de nacimientos. Es fácil entender por qué se ha abierto una carrera entre
enseñanza concertada y pública para captar a esos pequeños. Una vez dentro de
un centro hay muchas papeletas de seguir cursando los estudios en él, y ahora
no sobran los alumnos, ni van a sobrar en el futuro. Los centros públicos se
han ido incorporando más lentamente que los concertados a esta carrera. Esto no
es nuevo, ya que los centros concertados ya antes habían tomado la delantera en
servicios como actividades extraescolares y horarios ampliados.
Por supuesto, escolarizar a un niño de menos de tres años es
solo una opción. En realidad, tampoco es obligatorio matricularlo hasta
Primaria. España es, de hecho, uno de los cinco países de Unión Europea con
mayor matriculación antes de la etapa obligatoria, con cuatro añitos el 97 por
ciento está ya con su babi en la mesita. Esa ventaja inicial en algún momento
se quiebra, y nuestro país retrocede, con esos pobres resultados de nivel y
demasiado abandono escolar. Las estadísticas son caprichosas, y reparten luz y
sombra a partes iguales. Por ejemplo, los niños que nos han dado ahora
satisfacciones con Pisa, hace unos años formaban parte de otra estadística, la
que situaba a Castilla y León como una de las comunidades por debajo de la
media española en niños en escuelas infantiles (guarderías se decía por
entonces). Entonces, ¿podríamos concluir que a esos niños les vino bien no ir a
la escuela infantil, puesto que años después sacaron el primer puesto por
autonomías en Pisa? Seguro que hubo más factores, de todo tipo.
Pero la primera matrícula es de verdad un hecho
trascendente, ya que se extenderá como poco hasta los 13 o incluso hasta los 18
si el centro incluye Secundaria. Save the Children destaca el “efecto Mateo” en
la educación infantil: cuanto más tienes, más recibes, y viceversa. Señala que
las escuelas infantiles son mucho más beneficiosas cuanto más desfavorable es
la situación de la familia, pero las cifras apuntan que en ellas la proporción
de madres trabajadoras es casi de dos a una respecto a las que no trabajan. Y
dentro de las trabajadoras las que mejor se adaptan a las reglas de una escuela
infantil son aquellas con horarios fijos, vacaciones claras, posibilidad real
de permanecer en casa o tener familia cerca para cuidar a sus hijos cuando caen
enfermos, etcétera. Si crías sola a tu hijo y encima trabajas por horas, y
eventual, y sin familia cerca, es mucho más difícil que te adaptes al centro, y
hasta puede ser complicado rellenar papeles y cumplir requisitos.
¿Y dónde nos lleva todo esto? Pues a un riesgo cierto de
separar a los niños por sus condiciones sociales, lo que significa separarnos
más a todos. Una virtud de esta tierra es que la educación es de calidad en
cualquier centro, público o concertado, urbano o rural (esos son todos
públicos). Ese avance armónico es importante para que los próximos informes
Pisa sean favorables, pero sobre todo para que la sociedad funcione.
Sí, es bueno que existan centros que ofrezcan educación
gratuita en la primera etapa infantil de calidad. Y esa medida no debe eclipsar
otras tanto o más necesarias y que hoy son inaccesibles para la mayoría, si no
quiere perder el trabajo: bajas más largas, permisos por enfermedad de los niños
o excedencias que permitan criar a tu propio hijo, si así lo deseas. Porque
todos los que hemos pasado por ello hemos lamentado no poder ofrecer a nuestros
hijos lo que sí tuvimos muchos de nosotros: la tranquilidad de saber que, si
tenías fiebre, siempre habría alguien en casa que te cuidaría.
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