martes, 5 de octubre de 2010

Buscando empleo

En Valladolid hay, como en Sevilla, una calle que se llama Trabajo. Está al otro lado de la vía –que hasta que no se soterre, es una muralla de hierro que aleja al Valladolid más obrero del resto–, en el barrio de Delicias, cuna del movimiento vecinal y reivindicativo de la ciudad. Si fuera una avenida con árboles simétricos, bancos y papeleras, tal vez hubiera sitio para los 3.362 nuevos parados que en septiembre se han sumado a las listas en esta provincia. Pero no, la calle del Trabajo es pequeñita, con el espacio justo para que se manejen los vecinos habituales.

Ya sé que hay quien se apunta en las listas de demanda de empleo como marinero o paracaidista con la esperanza de que no le llamen jamás. Pero otros muchos no son así. Contestan con toda la sinceridad posible a las preguntas sobre qué trabajos estaban capacitados para hacer, y no creo que sea tan fácil para un ingeniero de caminos ser un buen fontanero, como tampoco un excelente comercial podría contribuir a levantar un puente. Eso que dicen de que “hay que ponerse a trabajar en lo que sea” no será imposible, pero tampoco fácil. ¿O es que a usted no le cuesta ser quien no es?

Leo con atención los currículos que nos llegan. Son personas con buenas trayectorias, algunas brillantes. La mayoría ha tenido que buscarse pequeños trabajos para completar los estudios, conocen idiomas, han hecho prácticas. Hay quien te cuenta que en su tiempo libre le gusta el campo, o que es voluntario, o que hace deporte. No hay nada raro en sus historias, sólo que de pronto, desde un mes cualquiera, se dieron de alta en la oficina de empleo.

Hablo sólo de trabajo, un trabajo que les permita ser útiles y crecer. A eso tenemos derecho, no a tener un piso en propiedad y un todoterreno. Eso no viene en el lote, son adornos de una sociedad mimada a la que le cuesta despertar. Pero el trabajo es otra cosa. Nos hace a todos iguales, que es lo que somos, y lo que debe ser.

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