El otro día fueron todos –y cuando digo todos me refiero a políticos de izquierda y derecha, los consabidos protagonistas de nuestra pequeña historia–, a ver cómo enterraban en el polígono de Arroyo de la Encomiendala primera piedra de Ikea. Si venía o no venía la macroempresa sueca ha ocupado cientos de páginas y minutos de radio y televisión en los medios locales. Las posturas: los que piensan que favorece el crecimiento económico de Valladolid y los que temen por el futuro del pequeño comercio. Este debate se repite una y otra vez en las ciudades (en Valladolid ha habido otro idéntico referido al futuro Decathlon, y en Segovia se vivió una situación similar con la apertura de Eroski). El tiempo tiene un veredicto implacable: ganan los grandes. ¿Motivo? Al final a todos, o casi a todos, nos gusta comprar en las grandes superficies. No juzgo si es o no justo, sólo constato.
Como no puedo ofrecer la fórmula magistral para que las vitales tiendas de barrio permanezcan, me centro en el modelo Ikea. Pocos segovianos de entre 30 y 50 años no se habrán acercado a San Sebastián de los Reyes y habrán cargado como mínimo con dos o tres paquetazos de móntelo-usted-mismo. Y es que encima les ha gustado hacer ese esfuerzo, como le pasa a la gente que se mete a sabiendas en medio de un atasco y luego lo cuenta en plan olímpico.
Hay un tópico que circula por ahí con el que no puedo estar más en desacuerdo: que la gente de ahora es blanda y no sabe defenderse de los vaivenes de la vida, como por lo visto sí sabía hacer la gente de antes. La gente de ahora camina a más velocidad (creo que en una ciudad mediana como Valladolid la media está en unos 70 metros por minuto, en Madrid supera los cien metros, mientras que en un pueblo no supera los 40 metros por minuto), procesa muchísima información y tiene que cumplir con un montón de objetivos cada día. Montar un mueble es uno; despacharse la gasolina es otro; servirse la compra en el supermercado uno más; contestar absurdos mensajes del móvil, otro; gestionarse su propia cita con el médico entendiéndose con un contestador, uno de los más peliagudos… Bueno, que no sabremos partir leña o hacer fuego con un chisquero, pero cosas complejas desde luego que hacemos.
Observo de nuevo la fotografía de los políticos de la región mirando esa primera piedra de Ikea, y no me cuesta imaginarme a Óscar López e incluso a Tomás Villanueva dedicando la tarde del sábado a montar su propia estantería “Billy”. Lo que no se ve bien en la foto es cómo es la primera piedra en cuestión: supongo que encajable, como la pieza de un Lego, porque estos suecos lo tienen todo previsto.
La foto: Tres manojos de lápices de Ikea que ofrecía a cambio de tazos un niño en el mercadillo del colegio, prueba concluyente de que los vallisoletanos ya son buenos clientes de la firma.
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