Llegando los Santos, el escritor reaparece en cuerpo y alma. En lo corpóreo, una vez más representan su don Juan en el maravillosamente remodelado Teatro Zorrilla, en la Plaza Mayor. En lo evanescente, son días de encaminarte hasta el Cementerio del Carmen y visitar el Panteón de los Vallisoletanos Ilustres, donde está su lápida, junto a la de Rosa Chacel y Miguel Delibes. También puedes pedirle a un taxista bien informado que te lleve hasta su casa (si no sabe dónde está, cosa frecuente, basta con que le digas que te acerque a la cercana Comisaría de San Pablo), ubicada en una escondida y silenciosa calle peatonal. Las estancias visitadas son pequeñas, con una decoración suntuosa comparada con la humilde casa donde vivió Machado en la calle Desamparados. Pero el brillo romántico puede llevar a engaño: Zorrilla era de buena familia, aunque nunca fue amado ni aceptado por su padre y, pese a los reconocimientos, casi siempre estuvo arruinado. En la casa está el escritorio y la silla que le acompañaban en todos sus viajes –decía que no le salía una frase sin su mobiliario–, el espejo con palangana en el que se arreglaba su barba, su cama y su descalzadora, un mueble a recuperar porque quitarse los zapatos es momento solemne para cualquiera que entra en su casa. Hay pájaros disecados, retratos, su máscara mortuoria, una cocinita y también el clave de su segunda esposa, Juana, treinta años menor que Zorrilla, que era conocido por su tendencia a ensimismarse por el género femenino, aunque cosechando menos éxitos que don Juan.
Sabiéndolo pobre, maniático, inseguro y enamoradizo, me congracio por fin con el más nombrado de los vallisoletanos al repasar sus poemas y sentirle consternado por el éxito de su criatura, un éxito que le perseguía aún cuando se sentía morir, y que finalmente justificaba, argumentado que don Juan era como todos los españoles: “Tiene que es diestro y zurdo,/ que no cree en Dios y le invoca,/ que lleva el alma en la boca,/ y que es lógico y absurdo”. Así escribía ese Zorrilla –el de la calle, el del estadio–, y mientras al otro lado de la calle la gente sigue haciendo cola para renovar su carné de identidad, puedes sentarte en un banco y observar cómo cae el otoño en su jardín.
No hay comentarios:
Publicar un comentario